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COVID-19 y su impacto psicológico

15/10/2024

La pandemia provocada por el COVID-19 ha constituido un problema de carácter biológico, médico y social. Según un informe científico publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante el primer año de la pandemia de COVID-19, la prevalencia de la ansiedad y la depresión ha aumentado un 25% en todo el mundo. La aparición de una nueva enfermedad de fácil transmisión, con prevalencias muy elevadas en la población mundial y con graves consecuencias para parte de la misma, es justificación más que suficiente para que se produzcan manifestaciones psicológicas de ansiedad, temor, inseguridad, tristeza o irritabilidad, entre otras.

No obstante, unido a esto, las medidas necesarias adoptadas para el enfrentamiento a esta problemática, haciendo especial énfasis en el aislamiento, han provocado en la población cambios sustanciales en su vida diaria. Asimismo, el miedo a contagiarse, el escaso contacto social, el dolor por la pérdida de seres queridos, la soledad, la participación limitada en la comunidad o la recepción constante de información, en ocasiones, distorsionada; han retroalimentado algunas manifestaciones psíquicas, como ansiedad y estrés, que se encontraban bajo niveles adaptativos y comprensibles, convirtiendo tales emociones en síntomas de un cuadro psicopatológico de mayor gravedad como trastornos de ansiedad, trastornos depresivos, trastornos adaptativos e, incluso, trastorno de estrés postraumático.

En la etapa de niñez y adolescencia, el sentido de pertenencia y la aprobación de los iguales, son aspectos fundamentales para el desarrollo de los menores. Durante el COVID-19, este grupo de edad ha experimentado un estado prolongado de distanciamiento social y aislamiento físico de sus pares y familiares, lo que ha impactado negativamente en el bienestar psicológico de niños y adolescentes. Su respuesta a una situación de crisis depende de diversas variables como su exposición previa a una situación similar, problemas de salud física y mental, las circunstancias socioeconómicas de la familia, etc. Tras la pandemia, se han observado altos niveles de estrés, así como un aumento de ansiedad, depresión y de los síntomas características de los mismos (irritabilidad, pensamientos suicidas, conductas agresivas, etc.), y mayores tasas de abuso de sustancias adictivas para el manejo de emociones negativas. Incluso se han disparado las cifras que hacen referencia a los trastornos de la alimentación debido, en parte, al mayor consumo de internet y la permanente exposición a las redes sociales.

En la adultez, la preocupación por la propia salud y la de los seres queridos, la incertidumbre sobre el futuro y el temor al contagio, han aumentado significativamente los niveles de ansiedad y estrés de los adultos, pudiendo verse afectada, a su vez, la calidad del sueño. Asimismo, las restricciones en las actividades cotidianas, así como las llevadas a cabo en el entorno laboral, la pérdida de empleo y las consecuentes dificultades económicas o el aislamiento social, han contribuido a aumentar las cifras de depresión en los adultos. Por otro lado, la pandemia ha aumentado y/o modificado las responsabilidades laborales y personales, pudiendo causar estrés, agotamiento mental y emocional e, incluso, un aumento del consumo de sustancias.

En cuanto a la tercera edad, este último grupo ha sido el que ha experimentado, en general, las tasas más altas de aislamiento social y soledad, asociándose con una variedad de resultados negativos para la salud mental (trastornos depresivos, en su mayoría), especialmente, en aquellos con enfermedades crónicas previas, que dependían del apoyo y cuidado de su entorno más cercano o que utilizaban centros religiosos, comunitarios y residenciales en su día a día. Asimismo, tanto la pérdida de seres queridos próximos en edad, como las restricciones y sobrecarga del sistema de atención médica, aumentó el estrés, el temor al contagio, la ansiedad y la tristeza en las personas mayores.

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Sonia Garey
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